jueves, 27 de agosto de 2009

ETAPA PREOPERACIONAL O DE OPERACIONES CONCRETAS

Orientación en el espacio y en el tiempo
El niño de la infancia preescolar, ayudado del adulto, pronto distingue su mano derecha de su mano izquierda. Su mano derecha es con la que el niño dibuja y come (si es diestro). Sobre esta referencia, pronto el niño ubica otras partes del cuerpo. Así, con referencia a su mano puede decirnos fácilmente dónde está o cuál es su pierna izquierda o su ojo derecho. Todavía a los cuatro años no comprende que lo que para él está situado a la derecha para otra persona puede que esté a la izquierda. En general, el niño de cuatro años aprende las direcciones en el espacio a partir de la proyección de su propio cuerpo sobre los objetos y las cosas que le rodean. Así es como va determinando y perfeccionando sus nociones de delante-detrás, arriba-abajo, izquierda-derecha. A través del desarrollo de las actividades típicas de esta edad el niño de la infancia preescolar aprende a ubicar los objetos en el espacio con relación a ellos, y así determina cuándo un objeto está delante de otro, detrás, encima, debajo, a su derecha o a su izquierda. Las relaciones espaciales entre los objetos se captan cuando el niño realiza una construcción con tacos, por ejemplo, lo que le obliga a relacionarlos para obtener el fin deseado. También cuando dibuja o cuando juega con sus compañeros.
Es este un largo proceso que se va realizando en esta etapa y en la que el niño primero asimila la situación del objeto, por ejemplo encima. La imagen que obtiene con su experiencia de acción debe ser reforzada con la designación verbal de la situación; posteriormente el niño, basándose en esa imagen de la situación del objeto encima, podrá fácilmente asimilar el segundo término situacional contrapuesto, debajo. A pesar de estos avances necesitará todavía de muchas experiencias de descentración para poder comprender que cuando él cambia de posición las relaciones entre los objetos también cambian. Hacia el final de la infancia preescolar el niño se manifiesta mucho más flexible en su orientación en el espacio, independientemente de la posición que él ocupe.
Su orientación en el tiempo es, comparativamente con la del espacio, peor. El niño vive el tiempo: a una hora determinada del día se levanta, a otra tiene hambre, a otra juega, a otra duerme etc. El tiempo corre, no puede manejarse, las acciones se suceden en él. Por otra parte, las designaciones temporales son muy relativas: lo que ahora es hoy, se convierte en ayer; lo que se decía mañana, se convierte en hoy, etc. A través de su actuación en el tiempo el niño aprende a hacerse una idea de la duración y de la sucesión. Así, los niños que fueron condicionados a realizar tareas en tiempos medidos y controlados, tendían a realizar las mismas u otras actividades en periodos de tiempo aproximados. También las principales acciones que realiza durante el día le sirven de referente temporal: antes de comer, después de merendar, etc., y a fijar momentos temporales: por la mañana se levanta, se lava y desayuna, por la tarde juega y merienda, por la noche duerme. Utiliza la designación temporal de hoy como punto de referencia, y mañana y ayer, a medida que se va desarrollando, se van enriqueciendo de contenido y de precisión temporal.
Como afirma Secadas (1988), a la entrada en la segunda infancia el niño no tiene de la noción de tiempo una sensación difusa de algo que no es el ahora, sino anterior o posterior. Hacia los cinco años lo concibe como anecdótico y egocéntrico, ya que se sustenta sobre principios de recordación, para concebirse a los seis años como la primera forma de objetivación efectuada sobre momentos temporales en el transcurso de la vida cotidiana. Las acciones que en él despliega son como «hitos o tachuelas fijas en el curso del día, una especie de conversión del flujo temporal en puntos localizados, definidos por actividades concretas. En nuestra idea, se suprime el tiempo —se domina y manipula— sirviéndose del espacio, más concretamente del factor de localización o dispersión de puntos en una superficie imaginaria».
Adquisición de conocimientos mas generalizados y asimilación de nuevos conceptos
En la etapa de la infancia preescolar del niño se va haciendo, pues, progresivamente con conocimientos generalizados que se refieren a las relaciones parte-todo y que van a ejercer una notable influencia en su desarrollo intelectual. Estos conocimientos que el niño asimila se refieren a las relaciones existentes entre los objetos y no visibles directamente. Son expresiones mediante palabras de aspectos esenciales de los objetos y de los fenómenos reales, están imbricados entre sí y permiten extraer un conocimiento de otro conocimiento y resolver problemas sin acudir al apoyo de los objetos o las imágenes. Conociendo la regla general de que los mamíferos respiran por pulmones, y sabiendo que la ballena es un mamífero puede sacar la conclusión inmediata de que la ballena es un mamífero. Es decir, a medida que el niño adquiere esos conocimientos generalizados asimila los conceptos y las formas lógicas del pensamiento basadas en ellos. Cuando el niño es capaz de agrupar las figuras triangulares y cuadradas juntas, asimila que todos los cuadrados forman parte de los polígonos y son distintos de los triángulos: que todos los que están en los otros montones del ejemplo expuesto más arriba son todos los círculos y que ninguno de los otros triángulos ha de ser colocado en esa colección. Cuando el niño ha aprendido que las relaciones entre los objetos puede expresarse a través de una unidad de medida asimila la existencia de «más ancho que», «menos largo que», «tan pesado como», etc. Cuando el niño cuenta diversos objetos y su número es el mismo con independencia del orden en que los cuente o de la posición en que se hallen, asimila que el número expresa una relación cuantitativa entre objetos; en definitiva, el concepto de número. La adquisición de estos conocimientos generalizados y la adquisición de una cada vez mayor comprensión de los conceptos ayuda al niño a pasar de las operaciones externas a las mentales y adentrarse en las formas lógicas del pensamiento; de manera que las acciones externas del niño son sustituidas por definiciones verbales. Cuando se le propone al niño que compare mediante una medida dos objetos, ahora ya no utiliza la medida directa, sino que razona en base a las cantidades que obtendría de las mediciones. En definitiva, la palabra se va convirtiendo en el instrumento que designa los conjuntos en lo que los elementos se agrupan. A través de las palabras los niños ponen de manifiesto una comprensión elevada de expresiones comparativas, «más que» o «menos que», y la utilización cada vez más adecuada de términos relacionados para describir dimensiones diferentes. La comprensión de estos términos es superior a su uso, esto es, muchos niños comprenden la utilización de este tipo de términos referenciados aunque no lo usen de modo adecuado en la conversación (Secadas y Barbera, 1981).

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